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//-->Cierta clase de hombreThe forever manCarolyn DavidsonUno-Creo tener la solución a su problema, Johanna.El reverendo Hughes juntó las manos meticulosamente y pasó un pulgar a lolargo del otro, los ojos fijos en la mujer joven que estaba sentada a la mesadelante de él. Johanna asintió educadamente. En los últimos meses, recibir a lagente bienintencionada de la ciudad se había convertido en algo habitual. Alparecer, poner su vida en orden era la misión de todos los que habían conocido aFred y Mary Patterson.-Sé que la muerte de su padre debió parecerle el fin del mundo, Johanna. Poreso nos hemos estado estrujando la mollera, para ayudar a que se tranquilice.Johanna se imaginaba que estaba tan tranquila como cualquier otra solterona,pero quizá el reverendo guardara algún as en la manga. Si daba con algún modo delimpiar lo que quedaba del huerto, ordeñar las seis vacas, echar de comer a todoun corral de gallinas ponedoras, además de arrastrar seis espuertas de manzanasa la bodega en las próximas doce horas, sería un milagro digno de dedicarle elsermón del domingo.-¿Me está escuchando, Johanna?Theodore Hughes se inclinó sobre la mesa con una expresión preocupada en losojos mientras trataba de encontrar la mirada de la joven.-Tengo la impresión de que los acontecimientos de los últimos meses la hansumido en un profundo pesar. Esta mañana, casi parece hallarse en los abismos dela desesperación.Lo que a ella le hubiera gustado esa mañana sería estar acurrucada en sucolchón de plumas. Le dolía todo el cuerpo, le ardían los ojos por la falta de sueñoy el estómago le gruñía de hambre, desde luego ésas sí eran razones para estardesesperada, si ella hubiera sido de las que se dejaban atrapar en aquellastrampas.-Quizá haya venido demasiado temprano, querida. Sin embargo, me ha parecidoque nunca es demasiado pronto para traer buenas noticias.Inclinándose más hacia ella, el predicador sonrió con amabilidad.-¿Buenas noticias?No había oído otra cosa que estupideces y peroratas de la incesante procesiónde gente que pasaba a verla. Alguna buena noticia sería un verdadero alivio.-Su padre le dejó una buena granja, Johanna, pero si no puede trabajarlaadecuadamente, no la conservará. No, si tiene que hacerse cargo de la hipoteca,del ganado y de la cosecha de manzanas. Algo que ella sabía de sobra. Teníacuatro ofertas sólidas para comprarle la granja, otra para trabajar de maestra enel condado vecino y una propuesta de matrimonio de Naville Olson. No habíatenido tiempo de decidir si pretendía casarse con ella o con la granja antes deacompañarlo a la puerta.-Usted es una mujer de recursos -dijo el predicador con calma-. He estadotodo este tiempo preocupado por si la engañaba algún pícaro, o de que la gente dela vecindad le diera malos consejos llevados por la buena voluntad. Y anoche, yatarde, el buen Dios llevó a mi puerta la respuesta a su problema.Johanna resistió el impulso de apoyar la cabeza sobre la mesa y cerrar los ojos.Estaba demasiado cansada para preocuparse de lo que decía el predicador. Moverla gran escalera de árbol en árbol y luego subir para recoger las manzanasdurante todo el día anterior la había dejado agotada. En realidad, si no se movía lomás probable era que se quedara dormida sobre la mesa de la cocina, a pesar delpastor.-... uno de ellos debe tener siete años, el otro es una criatura. El señorMontgomery, Tate es su nombre de pila, está dispuesto a presentarse aquí enseguida, este mediodía, sin ir más lejos, y hablarlo con usted.El predicador, con una sonrisa triunfal, hizo una pausa para recuperar elaliento.-Estoy encantado con cómo se han desarrollado los acontecimientos. Creo quees la verdadera respuesta a su problema, una solución que su padre hubieraaprobado.Johanna parpadeó. Se había perdido en algún momento del discurso. ¿Quiéndiablos era ese señor Montgomery? ¿Y qué tenían que ver con ella dos críospequeños?-Me hago cargo de que debe estar pasmada ante el rumbo que han tomado lascosas -siguió el pastor-. Yo sentí lo mismo anoche, cuando las piezas empezaron aencajar. Estuve a punto de venir en aquel mismo instante, pero ya era de noche ysabía que estaría a punto de retirarse a descansar.Ni en sueños, pensó Johanna sombríamente. A esa hora estaba desnatando laleche y preparándose para batir la mantequilla de modo que hoy estuviera listapara mandarla a la tienda. No era raro que su estómago protestara en esosmomentos. La noche anterior no había cenado y ahora el pastor la había sacadodel granero antes de que hubiera tenido tiempo de desayunar.-Ya veo que no encuentra palabras, Johanna. A veces, un corazón se halla tanrebosante de agradecimiento que ni siquiera acierta a expresarlo -dijo el jovenreverendo, levantándose y ofreciéndole la mano-. Volveré con el señorMontgomery dentro de un par de horas. Al mediodía, como muy tarde. Diosbendecirá nuestros esfuerzos, ya lo verá.El pienso de las gallinas volaba por el aire con un sonido silbante y sederramaba por el suelo. Entre cloqueos y picotazos, los pollos se lanzaron tras él,esquivándose y empujándose mientras se ocupaban del desayuno.Johanna contempló con orgullo cómo sus leghorn blancas se atusaban al sol.Había criado la pollada de aquel año a partir de sus propios huevos, después deapartar las gallinas más viejas y hacer conservas con ellas para el invierno. Elhacha aguardaba todavía a tres gallos jóvenes, el resto había pasado por su mesadurante el verano. Ahora el gallinero contaba con treinta ponedoras, cuyos huevosle proporcionaban una bonita suma todas las semanas cuando se los vendía aJoseph Turner, el dueño de la tienda. Con eso y la mantequilla que hacía dos vecespor semana, se las arreglaba para mantener su despensa decentemente surtida.-Y ahora a cuidar de mi estómago -les dijo a las gallinas que cacareaban a suspies-. Sí, como si eso os importara. Vosotras sólo pensáis en llenar el buche.Apartándolas, se abrió paso hasta la puerta del gallinero. Una de las cluecashabía vuelto a escaparse y reclamaba un lugar bajo las lilas, junto al hórreo delmaíz.-Como no te andes con cuidado, acabarás en el puchero -dijo contestando alcloqueo del ave-. No tengo tiempo para dedicarme a buscar tus huevos todos losdías y ya es demasiado tarde para empollar. Hoy no estoy para ir tras ella -añadiópara sí.Frotó las suelas de los zapatos contra la horquilla de metal que había instaladoa la salida del gallinero. Cuando los limpió de excrementos, fue a la casa.Pensó que un cuenco de gachas de avena era tan alimenticio como cualquier otracosa y esperó a que hirviera el agua en su olla más pequeña. Espolvoreó los copos yañadió una pizca de sal, cortó una rebanada de pan y la untó con mantequilla. Lasgachas burbujeaban mientras ella trabajaba, las movió y comprobó la textura. Supadre siempre decía que las hacía en su punto.La cuchara mantuvo la vertical. Si lo pensaba con detenimiento, era en lo únicoque había logrado complacerlo. El pan de mamá siempre era más tierno, su masapara empanadas más crujiente. Incluso su pollo con albóndigas de masa había sidoambrosía de los dioses, si hacía caso de la memoria de su padre. Sin embargo,durante diez años, su padre había juzgado a Johanna como algo imperfecto, pormucho que ella se esforzara en agradarle.-Ayer recogí seis espuertas de manzanas, papá -dijo en el silencio de la cocina-.Si no hubieras vendido el caballo, habría podido llevarlas a la bodega con lacarreta. Ahora, el señor Turner tendrá que hacer un viaje si las quiere para latienda.Su padre había hecho toda suerte de cosas extrañas en aquellos últimos meses,como si su mente estuviera en otro mundo. Vender el caballo había sido la gotaque derramaba el vaso, para el modo de pensar de Johanna. Y luego, se habíaquedado en la ciudad para jugar al póquer con los braceros el viernes por lanoche... algo que nunca había hecho antes. Y él nunca había tenido mano para losnaipes. Después, recorrió a pie los tres kilómetros hasta la casa y se tumbó en elporche a dormir.Johanna lo encontró al día siguiente, el viento del oeste lo había dejado sinvida, igual que cuando mamá había muerto y se había llevado sus ganas de vivir.Habían pasado tres meses y todavía podía verlo allí, con una débil y extrañasonrisa en los labios, como si hubiera visto algo hermoso a lo lejos.Las gachas estaban sabrosas, endulzadas con dos cucharadas de miel. La nataera consistente, amarilla y espesa, Johanna se sirvió generosamente. Su vacajersey valía cada centavo que le había costado, quizá más, a juzgar por el color deaquella crema. Además, era un animal precioso, con unos ojos inmensos.El sol caía implacable sobre el campo de heno al este de la casa. Dentro de unasemana estaría listo para segarlo. Hardy Jones, el molinero, había acordadoocuparse de él. Un porcentaje era mejor que nada y nada iba a ser lo que Johannaobtendría si debía encargarse ella de la siega. Los hombres inspiraban másrespeto que las mujeres, por muchas vueltas que le diera. Por lo menos, tendríaheno suficiente para las vacas hasta la primavera.Contó las cajas de madera para las manzanas mientras se acercaba al huerto,sabiendo cuántas había antes de acabar. Pura tontería, habría dicho su padre.Pura vanidad, sentirse satisfecha de sí misma por realizar aquella sencilla tarea.Los músculos de sus pantorrillas protestaron cuando se agachó a por la primeracaja. Por lo que a ella se refería, mover la escalera de árbol en árbol distabamucho de ser una tarea sencilla. Al menos para una mujer sola.Apretó los labios. Sería mejor que se fuera acostumbrando o ya podía pensaren cortar los árboles y eso era algo de lo que no era capaz. Los tres acres delmanzanar eran su lugar preferido aunque el trabajo la agotara.Mientras se levantaba con la caja, alguien dijo «hola» desde la casa. Volvió adejar la caja en el suelo y se llevó la mano a la frente para proteger sus ojos delsol. Vio un carro lleno hasta los topes, cubierto con una lona apretada. Tressiluetas la contemplaban desde el pescante. Al otro lado, el predicador la saludósin desmontar del caballo.-¡Yuju! ¡Johanna! He traído al señor Montgomery, como le prometí.¿Pero qué demonios le había prometido? Johanna arrugó la frente mientrastrataba de recordar la conversación en la que tan poco había intervenido. Fuerancuales fueran los planes del pastor, era evidente que ella había dado suconsentimiento. Echó a andar hacia ellos, la falda y las hierbas altas estorbabansus pasos.El hombre se había girado en el pescante. Su mirada era enigmática einquisitiva mientras la contemplaba con los labios apretados. O mucho seequivocaba, o no había nada de amistoso en él. [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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//-->Cierta clase de hombreThe forever manCarolyn DavidsonUno-Creo tener la solución a su problema, Johanna.El reverendo Hughes juntó las manos meticulosamente y pasó un pulgar a lolargo del otro, los ojos fijos en la mujer joven que estaba sentada a la mesadelante de él. Johanna asintió educadamente. En los últimos meses, recibir a lagente bienintencionada de la ciudad se había convertido en algo habitual. Alparecer, poner su vida en orden era la misión de todos los que habían conocido aFred y Mary Patterson.-Sé que la muerte de su padre debió parecerle el fin del mundo, Johanna. Poreso nos hemos estado estrujando la mollera, para ayudar a que se tranquilice.Johanna se imaginaba que estaba tan tranquila como cualquier otra solterona,pero quizá el reverendo guardara algún as en la manga. Si daba con algún modo delimpiar lo que quedaba del huerto, ordeñar las seis vacas, echar de comer a todoun corral de gallinas ponedoras, además de arrastrar seis espuertas de manzanasa la bodega en las próximas doce horas, sería un milagro digno de dedicarle elsermón del domingo.-¿Me está escuchando, Johanna?Theodore Hughes se inclinó sobre la mesa con una expresión preocupada en losojos mientras trataba de encontrar la mirada de la joven.-Tengo la impresión de que los acontecimientos de los últimos meses la hansumido en un profundo pesar. Esta mañana, casi parece hallarse en los abismos dela desesperación.Lo que a ella le hubiera gustado esa mañana sería estar acurrucada en sucolchón de plumas. Le dolía todo el cuerpo, le ardían los ojos por la falta de sueñoy el estómago le gruñía de hambre, desde luego ésas sí eran razones para estardesesperada, si ella hubiera sido de las que se dejaban atrapar en aquellastrampas.-Quizá haya venido demasiado temprano, querida. Sin embargo, me ha parecidoque nunca es demasiado pronto para traer buenas noticias.Inclinándose más hacia ella, el predicador sonrió con amabilidad.-¿Buenas noticias?No había oído otra cosa que estupideces y peroratas de la incesante procesiónde gente que pasaba a verla. Alguna buena noticia sería un verdadero alivio.-Su padre le dejó una buena granja, Johanna, pero si no puede trabajarlaadecuadamente, no la conservará. No, si tiene que hacerse cargo de la hipoteca,del ganado y de la cosecha de manzanas. Algo que ella sabía de sobra. Teníacuatro ofertas sólidas para comprarle la granja, otra para trabajar de maestra enel condado vecino y una propuesta de matrimonio de Naville Olson. No habíatenido tiempo de decidir si pretendía casarse con ella o con la granja antes deacompañarlo a la puerta.-Usted es una mujer de recursos -dijo el predicador con calma-. He estadotodo este tiempo preocupado por si la engañaba algún pícaro, o de que la gente dela vecindad le diera malos consejos llevados por la buena voluntad. Y anoche, yatarde, el buen Dios llevó a mi puerta la respuesta a su problema.Johanna resistió el impulso de apoyar la cabeza sobre la mesa y cerrar los ojos.Estaba demasiado cansada para preocuparse de lo que decía el predicador. Moverla gran escalera de árbol en árbol y luego subir para recoger las manzanasdurante todo el día anterior la había dejado agotada. En realidad, si no se movía lomás probable era que se quedara dormida sobre la mesa de la cocina, a pesar delpastor.-... uno de ellos debe tener siete años, el otro es una criatura. El señorMontgomery, Tate es su nombre de pila, está dispuesto a presentarse aquí enseguida, este mediodía, sin ir más lejos, y hablarlo con usted.El predicador, con una sonrisa triunfal, hizo una pausa para recuperar elaliento.-Estoy encantado con cómo se han desarrollado los acontecimientos. Creo quees la verdadera respuesta a su problema, una solución que su padre hubieraaprobado.Johanna parpadeó. Se había perdido en algún momento del discurso. ¿Quiéndiablos era ese señor Montgomery? ¿Y qué tenían que ver con ella dos críospequeños?-Me hago cargo de que debe estar pasmada ante el rumbo que han tomado lascosas -siguió el pastor-. Yo sentí lo mismo anoche, cuando las piezas empezaron aencajar. Estuve a punto de venir en aquel mismo instante, pero ya era de noche ysabía que estaría a punto de retirarse a descansar.Ni en sueños, pensó Johanna sombríamente. A esa hora estaba desnatando laleche y preparándose para batir la mantequilla de modo que hoy estuviera listapara mandarla a la tienda. No era raro que su estómago protestara en esosmomentos. La noche anterior no había cenado y ahora el pastor la había sacadodel granero antes de que hubiera tenido tiempo de desayunar.-Ya veo que no encuentra palabras, Johanna. A veces, un corazón se halla tanrebosante de agradecimiento que ni siquiera acierta a expresarlo -dijo el jovenreverendo, levantándose y ofreciéndole la mano-. Volveré con el señorMontgomery dentro de un par de horas. Al mediodía, como muy tarde. Diosbendecirá nuestros esfuerzos, ya lo verá.El pienso de las gallinas volaba por el aire con un sonido silbante y sederramaba por el suelo. Entre cloqueos y picotazos, los pollos se lanzaron tras él,esquivándose y empujándose mientras se ocupaban del desayuno.Johanna contempló con orgullo cómo sus leghorn blancas se atusaban al sol.Había criado la pollada de aquel año a partir de sus propios huevos, después deapartar las gallinas más viejas y hacer conservas con ellas para el invierno. Elhacha aguardaba todavía a tres gallos jóvenes, el resto había pasado por su mesadurante el verano. Ahora el gallinero contaba con treinta ponedoras, cuyos huevosle proporcionaban una bonita suma todas las semanas cuando se los vendía aJoseph Turner, el dueño de la tienda. Con eso y la mantequilla que hacía dos vecespor semana, se las arreglaba para mantener su despensa decentemente surtida.-Y ahora a cuidar de mi estómago -les dijo a las gallinas que cacareaban a suspies-. Sí, como si eso os importara. Vosotras sólo pensáis en llenar el buche.Apartándolas, se abrió paso hasta la puerta del gallinero. Una de las cluecashabía vuelto a escaparse y reclamaba un lugar bajo las lilas, junto al hórreo delmaíz.-Como no te andes con cuidado, acabarás en el puchero -dijo contestando alcloqueo del ave-. No tengo tiempo para dedicarme a buscar tus huevos todos losdías y ya es demasiado tarde para empollar. Hoy no estoy para ir tras ella -añadiópara sí.Frotó las suelas de los zapatos contra la horquilla de metal que había instaladoa la salida del gallinero. Cuando los limpió de excrementos, fue a la casa.Pensó que un cuenco de gachas de avena era tan alimenticio como cualquier otracosa y esperó a que hirviera el agua en su olla más pequeña. Espolvoreó los copos yañadió una pizca de sal, cortó una rebanada de pan y la untó con mantequilla. Lasgachas burbujeaban mientras ella trabajaba, las movió y comprobó la textura. Supadre siempre decía que las hacía en su punto.La cuchara mantuvo la vertical. Si lo pensaba con detenimiento, era en lo únicoque había logrado complacerlo. El pan de mamá siempre era más tierno, su masapara empanadas más crujiente. Incluso su pollo con albóndigas de masa había sidoambrosía de los dioses, si hacía caso de la memoria de su padre. Sin embargo,durante diez años, su padre había juzgado a Johanna como algo imperfecto, pormucho que ella se esforzara en agradarle.-Ayer recogí seis espuertas de manzanas, papá -dijo en el silencio de la cocina-.Si no hubieras vendido el caballo, habría podido llevarlas a la bodega con lacarreta. Ahora, el señor Turner tendrá que hacer un viaje si las quiere para latienda.Su padre había hecho toda suerte de cosas extrañas en aquellos últimos meses,como si su mente estuviera en otro mundo. Vender el caballo había sido la gotaque derramaba el vaso, para el modo de pensar de Johanna. Y luego, se habíaquedado en la ciudad para jugar al póquer con los braceros el viernes por lanoche... algo que nunca había hecho antes. Y él nunca había tenido mano para losnaipes. Después, recorrió a pie los tres kilómetros hasta la casa y se tumbó en elporche a dormir.Johanna lo encontró al día siguiente, el viento del oeste lo había dejado sinvida, igual que cuando mamá había muerto y se había llevado sus ganas de vivir.Habían pasado tres meses y todavía podía verlo allí, con una débil y extrañasonrisa en los labios, como si hubiera visto algo hermoso a lo lejos.Las gachas estaban sabrosas, endulzadas con dos cucharadas de miel. La nataera consistente, amarilla y espesa, Johanna se sirvió generosamente. Su vacajersey valía cada centavo que le había costado, quizá más, a juzgar por el color deaquella crema. Además, era un animal precioso, con unos ojos inmensos.El sol caía implacable sobre el campo de heno al este de la casa. Dentro de unasemana estaría listo para segarlo. Hardy Jones, el molinero, había acordadoocuparse de él. Un porcentaje era mejor que nada y nada iba a ser lo que Johannaobtendría si debía encargarse ella de la siega. Los hombres inspiraban másrespeto que las mujeres, por muchas vueltas que le diera. Por lo menos, tendríaheno suficiente para las vacas hasta la primavera.Contó las cajas de madera para las manzanas mientras se acercaba al huerto,sabiendo cuántas había antes de acabar. Pura tontería, habría dicho su padre.Pura vanidad, sentirse satisfecha de sí misma por realizar aquella sencilla tarea.Los músculos de sus pantorrillas protestaron cuando se agachó a por la primeracaja. Por lo que a ella se refería, mover la escalera de árbol en árbol distabamucho de ser una tarea sencilla. Al menos para una mujer sola.Apretó los labios. Sería mejor que se fuera acostumbrando o ya podía pensaren cortar los árboles y eso era algo de lo que no era capaz. Los tres acres delmanzanar eran su lugar preferido aunque el trabajo la agotara.Mientras se levantaba con la caja, alguien dijo «hola» desde la casa. Volvió adejar la caja en el suelo y se llevó la mano a la frente para proteger sus ojos delsol. Vio un carro lleno hasta los topes, cubierto con una lona apretada. Tressiluetas la contemplaban desde el pescante. Al otro lado, el predicador la saludósin desmontar del caballo.-¡Yuju! ¡Johanna! He traído al señor Montgomery, como le prometí.¿Pero qué demonios le había prometido? Johanna arrugó la frente mientrastrataba de recordar la conversación en la que tan poco había intervenido. Fuerancuales fueran los planes del pastor, era evidente que ella había dado suconsentimiento. Echó a andar hacia ellos, la falda y las hierbas altas estorbabansus pasos.El hombre se había girado en el pescante. Su mirada era enigmática einquisitiva mientras la contemplaba con los labios apretados. O mucho seequivocaba, o no había nada de amistoso en él. [ Pobierz całość w formacie PDF ]