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ALGO DULCE
CARRIE ALEXANDER
1-110
23/08/2008
ALGO DULCE
CARRIE ALEXANDER
Argumento:
ALGO DULCE
Mackenzie Bliss se alegraba mucho de que su hermana fuera tan feliz, sólo deseaba tener la
misma suerte. Por culpa de su apuesta, ababa de abrir una tienda de caramelos, había dejado a su
aburrido novio, y se había cortado el pelo. Pero su nuevo yo no estaba preparado para que el amor
de adolescencia apareciera en su casa, por eso Mackenzie no supo cómo reaccionar.
Devlin Brandt siempre había sido el rebelde del instituto, pero Mackenzie jamás lo había tratado
así. Aunque se negara a admitir Devlin siempre había sabido que ella sentía algo por él y él no
había querido hacerle daño. Pero ahora Mackenzie era toda una mujer… una mujer de la que le
resultaba muy difícil mantenerse alejado, aun sabiendo que eso los metería en un lío
pecaminosamente dulce...
El rebelde estaba a punto de
encontrar la horma de su zapato...
ALGO DULCE
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ALGO DULCE
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Mackenzie Bliss se alegraba mucho de que su hermana fuera tan feliz, sólo deseaba tener la
misma suerte. Por culpa de su apuesta, acababa de abrir una tienda de caramelos, había dejado a
su aburrido novio, y se había cortado el pelo. Pero su nuevo yo no estaba preparado para que el
amor de adolescencia apareciera en su casa, por eso Mackenzie no supo cómo reaccionar. Devlin
Brandt siempre había sido el rebelde del instituto, pero Mackenzie jamás lo había tratado así.
Aunque se negara a admitirlo, Devlin siempre había sabido que ella sentía algo por él y él no había
querido hacerle daño. Pero ahora Mackenzie era toda una mujer... una mujer de la que le resultaba
muy difícil mantenerse alejado, aun sabiendo que eso los metería en un lío pecaminosamente
dulce...
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ALGO DULCE
CARRIE ALEXANDER
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Prólogo
-Pienso hacerlo -dijo Mackenzie f1liss con todo el convencimiento posible.
Sabrina la miró con despreocupación.
-No tienes por qué hacerlo.
Todo era tan fácil para Sabrina, pensaba Mackenzie mientras reparaba en la apariencia
descuidada de su hermana. A pesar de su falda vaquera y su camiseta de algodón que le dejaba al
descubierto el vientre plano, Sabrina estaba muy guapa. Mientras que ella se había pasado al
menos una hora acicalándose, y aun así se sentía sofocada y como embutida en su traje de diseño.
-No voy a obligarte -oteó en la distancia, evitando la mirada de su hermana.
Ya sabía por qué. Sabrina esperaba que «ella» fallara primero. Si la apuesta quedaba cancelada,
Sabrina quedaría libre para ir detrás de Kit Rex, el apuesto chef de repostería con quien
trabajaba.
-Mmm -dijo Mackenzie, como si pensara en sacar a su hermana de apuros.
Sólo era para torturar a su hermana, que aunque tenía un año más que ella pocas veces se
comportaba como si fuera la mayor.
-Ah... no -añadió Mackenzie-. Pienso hacerlo.
-De acuerdo; pero tendremos que entrar, ¿no?
Estaba delante de las puertas de cristal del elegante salón de la Avenida Madison. Era de esa
clase de sitios por los que Mackenzie solía pasar a toda velocidad, como si los estilistas estuvieran
junto al escaparate, contabilizando los cortes de pelo feos y pasados de moda de las personas que
no podían permitirse sus servicios.
-Espera, espera. Me lo estoy pensando -Mackenzie se ajustó el cinturón a la cadera.
Sabrina parecía haber llegado al límite.
-De verdad, Mackenzie, esto es ridículo. Entra ahí. Sólo es el pelo; no un brazo o una pierna. No es
para ponerse nerviosa.
-Eso lo dices tú.
Mackenzie se colocó sobre el hombro la trenza que le llegaba por la cintura, como si se sintiera
proteger su melena aunque hubiera decidido cortársela.
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Sabrina también tenía el pelo largo, pero no se lo cuidaba tanto como Mackenzie. De todos modos
seguía siendo una belleza, aunque eso a ella no le preocupara tanto. Por capricho sería capaz hasta
de raparse al cero.
La diferencia era que Sabrina no necesitaba estar segura para hacer una cosa. Tenía un carácter
interesante, una cara preciosa y un cuerpo de modelo, mientras que Mackenzie era callada, incluso
tímida, y usaba una talla cuarenta y dos. La mayor parte del tiempo, Mackenzie, a diferencia de su
hermana, evitaba ser el centro de atención.
Hacía dos meses, los padres de Mackenzie y Sabrina se habían vuelto a casar después de haber
estado dieciséis años divorciados. La boda había incitado a las hermanas a analizar cómo habían
dejado que el divorcio de sus padres afectara negativamente el rumbo que le habían dado a sus
vidas. Envueltas en el ambiente emocionante y esperanzador del evento, se habían retado la una a
la otra a cambiar, a encontrar la verdadera felicidad.
Sabrina incluso había puesto algo en juego: el solitario de diamante que habían heredado de la
abuela. Su madre se lo había dado antes de la ceremonia, ya que había decidido empezar su nueva
vida con un anillo nuevo que no la hubiera acompañado durante el divorcio.
De pronto el desafío había tomado la forma de una apuesta. Sabrina, la bohemia, la que jamás se
comprometía, estaba intentando sentar la cabeza por primera vez en su vida. También había
accedido a dejar de lado a los hombres hasta que se interesara por uno en serio. En ese momento,
dos meses después de la apuesta, había encontrado un empleo, había alquilado un apartamento y se
sentía tremendamente atraída por Kit Rex.
Por el contrario, Mackenzie estaba haciendo lo opuesto. Había abandonado su puesto de comercial
en Regal Foods, y había invertido todos sus ahorros en su propio negocio, una tienda de chucherías
y caramelos llamada La Cosita Más Dulce. Había dejado a su novio, Jason Dole, aunque se sentía
algo perdida después de pasar tantos años en una relación cómoda, aunque poco emocionante. Para
colmo, había accedido a ponerse en manos de un estilista y de un asesor de imagen antes de
inaugurar su negocio.
Cortarse la melena que le llegaba por la cintura era el último paso. Uno al que se había estado
resistiendo.
No era porque se hubiera estado escondiendo detrás de su melena; o menos aún porque se
agarrara al recuerdo de Devlin, cuando él había dicho una vez... Mackenzie cerró los ojos y
sucumbió a un instante de puro anhelo. Sólo tenía los recuerdos, pero fueron suficientes para
sentir una oleada de deseo subiéndole por la garganta.
Tonterías. Abrió los ojos y vio el reflejo distorsionado de su cara en las puertas de cristal del
salón de peluquería.
Sólo era nostalgia. Nada más.
Hacía ya diez años que no veía al chico del que había estado tan enamorada en el instituto, Devlin
Brandt. Aun así, jamás había olvidado que un día él había alabado su melena; que, de hecho, había
sido una de las cosas más bonitas que él le había dicho.
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¡Al cuerno con esas tonterías! Mackenzie agarró el bolso con empeño.
-Vamos.
Sabrina emitió un gemido de frustración.
-No podemos marcharnos. Me ha costado Dios
y ayuda conseguir esta cita después de que perdieras la primera. A Costas hay que pedirle cita con
meses de' antelación...
Mackenzie la interrumpió.
-No, quiero decir vamos dentro -se dijo que no pensaba echarse atrás esa vez, a pesar de su
nerviosismo-. Estoy dispuesta a aprovechar nuestra apuesta.
-Ah, bueno. Estupendo.
A pesar de su actitud despreocupada, no quería perder el anillo que ambas habían atesorado desde
que eran pequeñas. Eso significaba que tenía que ceñirse a la promesa de no meterse con Kit en la
cama... aunque el único modo de calmar sus apetitos sexuales fuera atiborrándose de chocolate.
Volvió a pensar en su tentación más inconfesable. Como siempre, no sacaba ninguna satisfacción de
ello. Devlin no era más que una fantasía, no una persona de carne y hueso, como el Kit de Sabrina.
Aunque Sabrina había sabido de aquel enamoramiento suyo, le resultaba demasiado vergonzoso
reconocer que aún diez años después continuaba pensando en él.
De vez en cuando. Como por ejemplo, cada vez que se cepillaba el pelo.
En una ocasión de genialidad, Devlin le había dicho que con el cabello largo y oscuro parecía una
hechicera; lo opuesto a las princesas de cabellos rubios y caras sonrientes que tenían tanto éxito
en el instituto. Mackenzie, la eterna «buena chica», no tenía ni un ápice de hechicera, así que
naturalmente siempre le había encantado esa comparación.
El problema era que Devlin no parecía haber sufrido ese hechizo en su persona.
Mackenzie era ya una mujer, y Devlin tan solo un recuerdo distante. Tenía que olvidarse de él para
siempre.
Sabrina sujetaba la puerta abierta del salón, así que se armó de valor y entró. Había llegado el
momento de cortarse el pelo. ¡A ver si así conseguía sacarse de la cabeza a aquel hombre de una
vez por todas!
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Mackenzie Bliss se alegraba mucho de que su hermana fuera tan feliz, sólo deseaba tener la
misma suerte. Por culpa de su apuesta, ababa de abrir una tienda de caramelos, había dejado a su
aburrido novio, y se había cortado el pelo. Pero su nuevo yo no estaba preparado para que el amor
de adolescencia apareciera en su casa, por eso Mackenzie no supo cómo reaccionar.
Devlin Brandt siempre había sido el rebelde del instituto, pero Mackenzie jamás lo había tratado
así. Aunque se negara a admitir Devlin siempre había sabido que ella sentía algo por él y él no
había querido hacerle daño. Pero ahora Mackenzie era toda una mujer… una mujer de la que le
resultaba muy difícil mantenerse alejado, aun sabiendo que eso los metería en un lío
pecaminosamente dulce...
El rebelde estaba a punto de
encontrar la horma de su zapato...
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Mackenzie Bliss se alegraba mucho de que su hermana fuera tan feliz, sólo deseaba tener la
misma suerte. Por culpa de su apuesta, acababa de abrir una tienda de caramelos, había dejado a
su aburrido novio, y se había cortado el pelo. Pero su nuevo yo no estaba preparado para que el
amor de adolescencia apareciera en su casa, por eso Mackenzie no supo cómo reaccionar. Devlin
Brandt siempre había sido el rebelde del instituto, pero Mackenzie jamás lo había tratado así.
Aunque se negara a admitirlo, Devlin siempre había sabido que ella sentía algo por él y él no había
querido hacerle daño. Pero ahora Mackenzie era toda una mujer... una mujer de la que le resultaba
muy difícil mantenerse alejado, aun sabiendo que eso los metería en un lío pecaminosamente
dulce...
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-Pienso hacerlo -dijo Mackenzie f1liss con todo el convencimiento posible.
Sabrina la miró con despreocupación.
-No tienes por qué hacerlo.
Todo era tan fácil para Sabrina, pensaba Mackenzie mientras reparaba en la apariencia
descuidada de su hermana. A pesar de su falda vaquera y su camiseta de algodón que le dejaba al
descubierto el vientre plano, Sabrina estaba muy guapa. Mientras que ella se había pasado al
menos una hora acicalándose, y aun así se sentía sofocada y como embutida en su traje de diseño.
-No voy a obligarte -oteó en la distancia, evitando la mirada de su hermana.
Ya sabía por qué. Sabrina esperaba que «ella» fallara primero. Si la apuesta quedaba cancelada,
Sabrina quedaría libre para ir detrás de Kit Rex, el apuesto chef de repostería con quien
trabajaba.
-Mmm -dijo Mackenzie, como si pensara en sacar a su hermana de apuros.
Sólo era para torturar a su hermana, que aunque tenía un año más que ella pocas veces se
comportaba como si fuera la mayor.
-Ah... no -añadió Mackenzie-. Pienso hacerlo.
-De acuerdo; pero tendremos que entrar, ¿no?
Estaba delante de las puertas de cristal del elegante salón de la Avenida Madison. Era de esa
clase de sitios por los que Mackenzie solía pasar a toda velocidad, como si los estilistas estuvieran
junto al escaparate, contabilizando los cortes de pelo feos y pasados de moda de las personas que
no podían permitirse sus servicios.
-Espera, espera. Me lo estoy pensando -Mackenzie se ajustó el cinturón a la cadera.
Sabrina parecía haber llegado al límite.
-De verdad, Mackenzie, esto es ridículo. Entra ahí. Sólo es el pelo; no un brazo o una pierna. No es
para ponerse nerviosa.
-Eso lo dices tú.
Mackenzie se colocó sobre el hombro la trenza que le llegaba por la cintura, como si se sintiera
proteger su melena aunque hubiera decidido cortársela.
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Sabrina también tenía el pelo largo, pero no se lo cuidaba tanto como Mackenzie. De todos modos
seguía siendo una belleza, aunque eso a ella no le preocupara tanto. Por capricho sería capaz hasta
de raparse al cero.
La diferencia era que Sabrina no necesitaba estar segura para hacer una cosa. Tenía un carácter
interesante, una cara preciosa y un cuerpo de modelo, mientras que Mackenzie era callada, incluso
tímida, y usaba una talla cuarenta y dos. La mayor parte del tiempo, Mackenzie, a diferencia de su
hermana, evitaba ser el centro de atención.
Hacía dos meses, los padres de Mackenzie y Sabrina se habían vuelto a casar después de haber
estado dieciséis años divorciados. La boda había incitado a las hermanas a analizar cómo habían
dejado que el divorcio de sus padres afectara negativamente el rumbo que le habían dado a sus
vidas. Envueltas en el ambiente emocionante y esperanzador del evento, se habían retado la una a
la otra a cambiar, a encontrar la verdadera felicidad.
Sabrina incluso había puesto algo en juego: el solitario de diamante que habían heredado de la
abuela. Su madre se lo había dado antes de la ceremonia, ya que había decidido empezar su nueva
vida con un anillo nuevo que no la hubiera acompañado durante el divorcio.
De pronto el desafío había tomado la forma de una apuesta. Sabrina, la bohemia, la que jamás se
comprometía, estaba intentando sentar la cabeza por primera vez en su vida. También había
accedido a dejar de lado a los hombres hasta que se interesara por uno en serio. En ese momento,
dos meses después de la apuesta, había encontrado un empleo, había alquilado un apartamento y se
sentía tremendamente atraída por Kit Rex.
Por el contrario, Mackenzie estaba haciendo lo opuesto. Había abandonado su puesto de comercial
en Regal Foods, y había invertido todos sus ahorros en su propio negocio, una tienda de chucherías
y caramelos llamada La Cosita Más Dulce. Había dejado a su novio, Jason Dole, aunque se sentía
algo perdida después de pasar tantos años en una relación cómoda, aunque poco emocionante. Para
colmo, había accedido a ponerse en manos de un estilista y de un asesor de imagen antes de
inaugurar su negocio.
Cortarse la melena que le llegaba por la cintura era el último paso. Uno al que se había estado
resistiendo.
No era porque se hubiera estado escondiendo detrás de su melena; o menos aún porque se
agarrara al recuerdo de Devlin, cuando él había dicho una vez... Mackenzie cerró los ojos y
sucumbió a un instante de puro anhelo. Sólo tenía los recuerdos, pero fueron suficientes para
sentir una oleada de deseo subiéndole por la garganta.
Tonterías. Abrió los ojos y vio el reflejo distorsionado de su cara en las puertas de cristal del
salón de peluquería.
Sólo era nostalgia. Nada más.
Hacía ya diez años que no veía al chico del que había estado tan enamorada en el instituto, Devlin
Brandt. Aun así, jamás había olvidado que un día él había alabado su melena; que, de hecho, había
sido una de las cosas más bonitas que él le había dicho.
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¡Al cuerno con esas tonterías! Mackenzie agarró el bolso con empeño.
-Vamos.
Sabrina emitió un gemido de frustración.
-No podemos marcharnos. Me ha costado Dios
y ayuda conseguir esta cita después de que perdieras la primera. A Costas hay que pedirle cita con
meses de' antelación...
Mackenzie la interrumpió.
-No, quiero decir vamos dentro -se dijo que no pensaba echarse atrás esa vez, a pesar de su
nerviosismo-. Estoy dispuesta a aprovechar nuestra apuesta.
-Ah, bueno. Estupendo.
A pesar de su actitud despreocupada, no quería perder el anillo que ambas habían atesorado desde
que eran pequeñas. Eso significaba que tenía que ceñirse a la promesa de no meterse con Kit en la
cama... aunque el único modo de calmar sus apetitos sexuales fuera atiborrándose de chocolate.
Volvió a pensar en su tentación más inconfesable. Como siempre, no sacaba ninguna satisfacción de
ello. Devlin no era más que una fantasía, no una persona de carne y hueso, como el Kit de Sabrina.
Aunque Sabrina había sabido de aquel enamoramiento suyo, le resultaba demasiado vergonzoso
reconocer que aún diez años después continuaba pensando en él.
De vez en cuando. Como por ejemplo, cada vez que se cepillaba el pelo.
En una ocasión de genialidad, Devlin le había dicho que con el cabello largo y oscuro parecía una
hechicera; lo opuesto a las princesas de cabellos rubios y caras sonrientes que tenían tanto éxito
en el instituto. Mackenzie, la eterna «buena chica», no tenía ni un ápice de hechicera, así que
naturalmente siempre le había encantado esa comparación.
El problema era que Devlin no parecía haber sufrido ese hechizo en su persona.
Mackenzie era ya una mujer, y Devlin tan solo un recuerdo distante. Tenía que olvidarse de él para
siempre.
Sabrina sujetaba la puerta abierta del salón, así que se armó de valor y entró. Había llegado el
momento de cortarse el pelo. ¡A ver si así conseguía sacarse de la cabeza a aquel hombre de una
vez por todas!
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